El primer ministro no tiene quien le escriba

Para un ciudadano común, hoy está claro que la guerra actual es muy diferente de todas aquellas operaciones y rondas que se llevaron a cabo en el pasado. Lo que llama la atención es la gran independencia del escalón militar, al menos en el primer mes después del ataque de Hamás, la organización yihadista, a más de 20 comunidades israelíes. El ejército es quien lucha y explica los combates y sus objetivos.

Si hay alguna conclusión que se puede afirmar con seguridad es que el statu quo que existió antes del 7 de octubre no regresara. Ningún gobierno israelí, sin diferencia ideológica, puede aceptar que el Hamas siga gobernando Gaza y que siga armado. Por otro lado, la política internacional no puede seguir ignorando al pueblo palestino y la ocupación israelí de Cisjordania.

El portavoz de las Fuerzas Armadas de Israel (FDI) explica cada noche a los ciudadanos el significado de los acontecimientos actuales y futuros. En el momento de escribir este artículo, las FDI anunciaban la muerte de 24 soldados durante los combates en la Franja de Gaza, pero por ahora hay un gran apoyo por el comportamiento del ejército y la forma en que lleva a cabo la campaña.

Lo que destaca aún más, desde el comienzo de la guerra, es la forma en que la sociedad civil desempeña funciones de asistencia a la población. La situación extrema creada por la guerra expuso la debilidad estructural de un aparato político/gubernamental carente de iniciativas y habilidades. Como en toda guerra, los israelíes se mueven hacia la derecha y no pocos dan rienda suelta al racismo contra los árabes, a veces en forma física. Pero, al mismo tiempo, el público desprecia y se distancia del gobernante partido Likud y de la cadena de otros partidos de derecha. En los próximos meses, ese público tendrá que lidiar con bastantes cambios en su entorno político y regional, y solo entonces será posible entender las consecuencias políticas de la guerra de Gaza.

¿Recuerda la solución de dos Estados?

El 25 de octubre, el presidente estadounidense Joe Biden afirmó que una vez finalizada la actual guerra no será posible volver a la realidad que prevalecía antes de ella y enfatizó que se debe alcanzar una solución de dos Estados, Israel y Palestina. La prensa israelí, que todavía vive en la realidad de un conflicto regional, no vio oportuno resaltar esta declaración. En el pasado, Netanyahu también podía tratarla con desdén, sabiendo que Estados Unidos está demasiado ocupado en otros asuntos y arenas. Pero ese no es el caso hoy. El conflicto palestino-israelí es ahora parte del conflicto global entre EE. UU. y la Unión Europea, de un lado, y Rusia, Irán y China, del otro.

Estados Unidos necesita un Oriente Medio donde haya orden, donde Irán o Rusia tengan la menor influencia posible. Para ello es necesario llegar a una solución al conflicto entre israelíes y palestinos.

La derecha israelí, la derecha religiosa ultraortodoxa, los nacionalistas, la derecha racista, todos ellos se han convertido, en un período muy corto de tiempo, en obstáculos para la estrategia global estadounidense y serán tratados en consecuencia. Hoy ya está claro que el papel desempeñado por Estados Unidos en la guerra es muy diferente del habitual en rondas anteriores, en las que la administración prefirió adoptar un papel pasivo, hasta cierto límite, e intervenir solo cuando creía que las operaciones de Israel se habían agotado. Esta vez Estados Unidos es mucho más activo en el seguimiento de las batallas, en un intento de dirigir remotamente el desarrollo de la guerra, proporcionando apoyo logístico e incluso defensa activa de Israel en posibles puntos débiles (como en el caso del Mar Rojo).

Todo esto apunta a la importancia que la administración de Washington otorga a los acontecimientos en Gaza, como parte de la campaña general contra el eje autoritario/populista, contra el cual la alianza estadounidense-europea ha estado luchando en los últimos años. Benjamín Netanyahu no es el hombre que puede lograr los objetivos de Estados Unidos y Europa, en realidad es un obstáculo para lograr esos objetivos. Sus conexiones con personas como Donald Trump y el hungaro Viktor Orbán lo acercan al campo populista-autoritario-religioso contra que defienden Estados Unidos y Europa. La promoción de reformas legales antidemocráticas y sobre todo su oposición a la solución de dos Estados también contribuyen a su definición como problema en el gobierno americano.

En pocas palabras, el primer ministro de Israel no solo se enfrenta a un colapso de la confianza local en él, sino que también ha dejado de ser el hombre que puede hablar en nombre de Israel. No es la persona adecuada para la era actual de la política global, de la que Israel forma parte, especialmente después del 7 de octubre. Si hay que apostar por el hombre que a la actual administración le gustaría ver al frente del gobierno en Israel, el exministro de Defensa (y ex jefe de Estado Mayor) Benny Gantz parece una opción adecuada:

Gantz carece de carisma, no tiene posiciones claras y no tiende a tomar distancias del consenso israelí, tal como él lo ve. El no promueve ninguna ideología y, a los ojos de los estadounidenses, está abierto a cooperar con la administración. Esto no significa que Estados Unidos pueda llevarlo al cargo de primer ministro,  pero dado su actual apoyo popular en Israel, la administración lo ve como un posible socio en el futuro.

¿Sufragio efectivo, no reelección?

Por otro lado, el actual gobierno de derecha extrema se encuentra de lleno en tierra ideológica incognita.  Los dos ángulos de la política israelí, el local y el internacional, llevan a la conclusión de que todos los esfuerzos de Netanyahu por sobrevivir a la crisis actual son los de un hombre que trata de evitar ahogarse, aferrándose a una pajita. Los éxitos militares en las acciones contra Hamás se atribuyen al ejército y a sus comandantes. Por otra parte, cualquier fracaso o dificultad será atribuido al primer ministro.

Sorprendentemente la prensa internacional olvida, o trata de olvidar, que la guerra de Gaza estalló cuando la crisis interna en Israel, entre un gobierno ultranacionalista de tendencias autoritarias, y una amplia coalición de la sociedad civil llegaba a una etapa crítica. Durante casi 40 semanas cientos de miles de israelíes protestaron contra el primer ministro, su coalición y los planes de cementar el autoritarismo religioso. El “aroma” de esa protesta está todavía en el aire.

Como parte de su lucha por sobrevivir políticamente, el primer ministro está llevando a cabo una campaña subterránea contra la élite militar, lo que solo aumenta la hostilidad hacia él en el público. Con la excepción de 2022, Netanyahu ha sido primer ministro desde 2008. Las tendencias autoritarias, el culto a la personalidad, las amaños y trampas, las sospechas de sobornos y corrupción, lo han acompañado. Nada de eso molesto a sus votantes, atraídos por su populismo. Hasta el 7 de octubre, 2023. El asesinato terrorista de 1,400 personas, 242 secuestrados y un sentido de humillación por la forma en que los efectivos de Hamas atacaron, convirtieron a Netanyahu en la bolsa de boxeo de la política Israeli. No lo ayuda tampoco la sospecha que el primer ministro siempre prefirió que la Yihadistas gobernaran Gaza para debilitar la Autoridad Palestina, que demanda un estado palestino en Cisjordania y Gaza.

Un tweet de Netanyahu contra el comandante de inteligencia militar y el jefe del Shin Bet (servicio de inteligencia interna) provocó una reacción totalmente hostil. Además, en muchos lugares, en conversaciones cara a cara y en Internet, surgen muchas preguntas sobre la ubicación de las fuerzas que deberían haber estado en la frontera con la Franja de Gaza el 7 de octubre. Nadie se olvida, ni por un momento, el hecho de que 26 batallones fueron transferidos a Cisjordania para proteger a los colonos judíos. Sin embargo, no se puede dar por sentado que la derecha desaparecerá de la política israelí, especialmente cuando la sociedad local está sumida en el racismo y la hostilidad hacia cualquier idea de paz entre israelíes y palestinos.

La pregunta es qué sucederá si y cuando un gobierno israelí adopte la dirección política deseada por EE. UU., como parte de su lucha global, y se comprometa con un orden regional, que se basará en un acuerdo entre Israel y la Autoridad Palestina. Esto requerirá cambios ideológicos y transformaciones en todo lo relacionado con esas “verdades evidentes” que guían la vida pública en Israel. Por ahora solo podemos hablar de un amplio consenso en que el gobierno de la “plena derecha” es un gran fracaso, que no es capaz de hacer frente a la crisis que estalló tras la masacre del 7 de octubre. De cualquier forma, cualquier forma de evolución ideológica, no será repentina. Se irá desarrollando con el tiempo, sin que los ciudadanos sientan que los símbolos e imágenes que utilizan para interpretar el día a día social y político han cambiado.

Cabe destacar que este desarrollo abrirá el espacio ideológico y político en Israel a una serie de luchas, en las que la izquierda israelí puede volver a tener relevancia política, si sabe cómo explicar sus posiciones. Para ello, será necesario dejar atrás la “izquierda académica”, las políticas de identidades, los debates ociosos sobre los acontecimientos que tuvieron lugar a principios de los años 1950, y regresar la discusión a la solución de dos Estados. La izquierda debe luchar por la adopción de objetivos sociales de reconstrucción de los servicios sociales, remediar los daños del neoliberalismo, alentar los lazos entre judíos y árabes, participar activamente en la defensa de los derechos de los trabajadores, especialmente los más débiles, y llevar adelante políticas que lleven a cerrar las brechas sociales.

Es imposible saber cuándo se celebrarán las próximas elecciones en Israel y cuál será la constelación de partidos que participarán en ellas. Por ahora parece que el actual gobierno puede posponer las elecciones, pese a las esperadas presiones de la calle. Cuando terminen los combates en Gaza, el primer enfrentamiento político girará en torno a la cuestión de la naturaleza de la investigación necesaria para examinar las omisiones del inicio de los combates, y especialmente la masacre en la Franja de Gaza. La principal exigencia del público en general será la creación de un comité estatal jurídico de investigación, con autoridad para examinar el comportamiento de las filas políticas y militares. Se puede suponer que se creará dicho comité, en contra de la voluntad de Netanyahu, debido a la presión pública.

Al mismo tiempo, un debate sobre dicho comité se adelanta a su tiempo, ya que nadie puede saber cuánto durará la guerra y, tristemente, cuanta más muertes habrá en ambos lados. Esto significa que Israel entrará, al final de los combates, a una situación política imposible, en la que existirá un gobierno que tiene todos los poderes, pero su legitimidad a los ojos del público será nula. Si a eso se le suma una situación económica problemática, que ni Netanyahu ni sus ministros podrán afrontar, con un nivel de confianza casi nulo por parte del público. Si este será realmente el caso, la sociedad, la economía y la política de Israel entrarán en territorio desconocido.

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